lunes, 12 de enero de 2009

EL EVANGELIO DE JUAN O LA ENSEÑANZA INTERIOR

En su obra Los templarios y el Evangelio de San Juan, el normando neotemplario conde Arnauld de Saint-Jacques nos ofrece un extenso trabajo, a modo de testimonio de Verdad y Fe, sobre el llamado "Evangelio Espiritual" o el "Evangelio del Verbo", considerado como la base esencial del esoterismo crístico. Este Evangelio representa la síntesis de un proceso de iniciación utilizado por el cristianismo Primitivo y más concretamente por los esenios, los Hijos de la Luz.
Según esta obra, toda la acción de Jesús el Cristo en esta Tierra está enmarcada por la figura de los dos Juanes, tanto por la del Bautista y precursor, como por la del Evangelista transcriptor de la esencia de la doctrina crística y receptor en el Gólgota, por expreso deseo de Cristo, de su Santísima Madre, pues Jesús le confía María a Juan y no a Pedro o a cualquier otro apóstol (Juan XIX, 26-27).
San Juan evangelista es el patrón esotérico de la cristiandad, santo patrón de la Orden del Temple y de las logias masónicas.
María es la auténtica Arca de la Alianza Universal, confiada a Juan, escogido desde siempre para ser el guardián de la Palabra del Verbo que es espíritu y vida.

Durante los quince años que la Virgen vivió después de la ascensión del Cristo, trabajó muy estrechamente con Juan para asentar la Obra Crística alcanzando sin duda las alturas más sublimes a las que nadie ha podido llegar.
Con Juan quedaría perfectamente delimitadas las dos vías de acceso a la Unidad del Padre:
la vía vertical seca, alquímica, de fuego seguida por sus seguidores y la húmeda u horizontal mantenida por las iglesias exotéricas del Cristianismo. A partir de aquí Juan ha representado lo que podríamos llamar Iglesia Interior o esotérica, encaminada a edificarse en los corazones de los verdaderos discípulos de Cristo, sin que ello signifique una oposición a los templos de piedra representados por las iglesias con vocación popular o exotérica, constituyendo la manifestación Templaria del Medievo un caso especial y único, pues el Temple siempre ha pertenecido a esta Iglesia Interior a pesar de las apariencias. El Temple realizaba en el Medievo la simbiosis perfecta de la Iglesia de Juan con la de Pedro, inspirando a toda la cristiandad hacia la profundización en el plano espiritual y viniendo a significar el resurgimiento del "espíritu de Juan" en aquella época.
Así como los evangelios sinópticos contienen la historia de la vida de Jesucristo y su predicación dirigida a las muchedumbres, el Evangelio de Juan contiene en sí mismo la doctrina de Jesucristo en su más pura expresión transmitida directamente por Él mismo a sus discípulos más íntimos y en la que se encuentran las llaves del Reino del Padre.
Monseñor Carlo Martini, Arzobispo de Milán y ex-rector del Instituto Bíblico y de la Universidad Gregoriana, dice: "No es un evangelio para principiantes. Es un evangelio que supone la situación del cristiano maduro, o, en otras palabras, del gnóstico, del perfecto, del cristiano iluminado; por tanto, de quien ya cuenta con una larga maduración ascética".
El relato de Juan es fielmente histórico y geográficamente comprobado por investigaciones arqueológicas, pero de una realidad histórica profunda, más allá de la observación superficial de los hechos. Cada detalle, cada nombre, cada número tiene su importancia y, a menudo, una gran transcendencia.
A lo largo de los últimos cuarenta años los exegetas cristianos han descubierto que existía una sorprendente relación entre el Evangelio de Juan y los textos descubiertos en 1947 a orillas del Mar Muerto. Apuntan en particular a una misma concepción cosmogónica; tanto en los manuscritos esenios de Qumrán como en los de Juan aparecen dos principios creados por Dios que luchan por el dominio de la Humanidad; por una parte el Principio de la Luz, llamado también el Principio de la Verdad y por la otra el Ángel de las Tinieblas, llamado el espíritu de la perversión. En el Evangelio de Juan, el Cristo es la Luz que vence a las Tinieblas y cada hombre tiene que elegir entre Luz y Tinieblas.
Por la Tradición Templaria sabemos que el Bautista había sido instruido, formado e iniciado por los esenios, pero que había recibido una misión que le imponía mantenerse apartado de la Orden de los Hijos de la Luz y totalmente independiente porque los esenios eran odiados por los líderes judíos, sacerdotes, fariseos y saduceos.
En general, se admite que muchos de los apóstoles y discípulos de Cristo eran esenios, y existían buenos motivos para creer que Juan, el Apóstol Bienamado, a quien se le atribuye el llamado Cuarto Evangelio, también lo era.
En el plano terrenal, Juan era primo carnal de Jesús. El Evangelio de Lucas relata las circunstancias supra-naturales de su nacimiento, y en particular la visita de María a Isabel cuando Juan todavía en el vientre de su madre, reconoce a Jesús también en el de María. Sin embargo, es verosímil que no hubieran tenido grandes contactos familiares, porque Jesús después de su nacimiento, tiene que huir a Egipto durante largos años, y todo indica que Juan será instruido y formado por los esenios de Qumran como ya hemos dicho. En el Antiguo Testamento se anuncia que la venida del Mesías sería precedida por el regreso de un gran Profeta que podría ser Elías.
A los sacerdotes y levitas enviados por los jefes religiosos de los judíos, saduceos y fariseos les contesta: "Yo no soy el Cristo... no soy Elías... no soy el Profeta". Juan se describe a sí mismo como "la voz del que clama en el desierto", la misma voz de Dios.
Juan niega ser la reencarnación del Profeta Elías, y tiene sus razones para hacerlo, la principal era su humildad y también el sentido profundo de su misión. Él no quiere hacer ninguna sombra a Jesús, y sacrifica voluntariamente su prestigio para que todos los ojos se vuelquen hacia el Mesías. Pero es el mismo Cristo el que afirma la presencia del alma de Elías en Juan el Bautista con estas palabras tan claras en el Evangelio de Mateo XI, 14:..."Él es Elías, que había de venir. ¡El que tenga oídos que oiga!"; revelación confirmada en Marcos IX, 13 y Lucas VII, 26-28.
Según las religiones cristianas es en el momento de su bautismo por Juan en aguas del Jordán cuando Jesús empieza su Misión apostólica, su "ministerio público", lo que da a entender que hubo también un "ministerio privado", oculto.