Desde Acuarius, nos dice Ernesto Pavón Rowe:
Lo que viene a partir de la iniciación es una vida de trabajo masónico, una repetición incesante de movimientos y palabras que nos darán regularidad en la palabra y en el movimiento. Nos ponemos un mandil que nos proteja y una espada flamígera nos manda a trabajar, como en la Biblia. Somos desterrados del paraíso de la ignorancia y vamos hacia la progresión mediante el perfeccionamiento del trabajo que supone que el hombre es perfectible y que es un deber de su parte aceptar algún paradigma de perfección y seguirlo en virtud de sus capacidades. Varias religiones conciben un "camino a la santidad" y el propio capitalismo recompensa muy bien a quienes se perfeccionan en ciertas artes y oficios... siempre y cuando sean rentables. Las primeras tienen una comunidad de fe para atestiguar en vida, y un proceso de canonización para homenajear en la muerte, a quienes lo lograron. Al capitalismo le basta el dinero. Sin embargo nosotros no tenemos lo uno ni valoramos la información que entrega lo otro, sólo tenemos un sistema de grados que también sirve para fines institucionales y que no indican demasiado. Supuestamente nuestros hermanos nos reconocerán como hombres completos o en proceso de serlo, pero ellos no son infalibles y no pueden saber realmente qué es lo que pensamos y sentimos. La verdadera última palabra sobre la eficacia de nuestro aprendizaje está en nosotros mismos, pero resulta que somos los menos infalibles de todos. El ritual de iniciación fue redactado antes de que apareciera lo que se conoce como la filosofía de la sospecha, y por ello no está en su lenguaje la contingencia y multipolaridad de una conciencia maestra en el arte de autoengañarse, por la sencilla razón de que a los genes que ordenan al cerebro no les interesa la verdad sino sobrevivir.
El otro supuesto clave que regirá nuestra vida iniciática es que la perfección viene de la regularidad, y la regularidad es la expresión en nuestros cuerpos del orden que sostiene al mundo. Si bien la relación de las instituciones iniciáticas con los diversos órdenes políticos en que convivieron es ambivalente, identifico en ellas la idea de que el universo está ordenado por ciclos, relatos y jerarquías perennes que sólo pueden ser comprensibles por unos pocos que no se dejan impresionar por el caos aparente de la realidad. Durante siglos hubo cosmovisiones compartidas que suponían que el sol iba a salir mañana, que un día se cerrarían las puertas del tiempo y que los movimientos celestes eran perfectamente regulares y superiores a los movimientos terrestres.
Claramente nuestro mundo ya no se reconoce en esas creencias y no me parece que sea una buena idea extraer consecuencias relacionadas con la ética a partir de percepciones de regularidad aparente. Naturalmente que existen las estaciones del año y las 24 horas del día, pero ¿existirán para siempre? ¿Podemos asegurar que seremos mejores personas si extraemos valores de órdenes naturales que a la larga pueden ser contingentes? Hay quienes están extrayendo las justificaciones para los deberes éticos del altruismo de la psicología evolutiva y las tratan de demostrar con secuencias infinitas del juego del prisionero. Es un intento serio de que los valores más elevados no se pierdan en el remolino que arrastrará a todas las construcciones culturales y por ende arbitrarias que han tratado de justificar algo tan contraintuitivo como el altruismo desde el punto de vista de la supervivencia. Deberíamos mirar hacia allá.