miércoles, 24 de noviembre de 2010

CARTA DEL OBISPO GEORGE BERKELEY A ISAAC NEWTON

Por Alberto Méndez Arocha
Uno de los textos mejor escritos que conozco –aparte del Quijote naturalmente—es la carta que dirigió el famoso metafísico irlandés, decano de Derry, obispo Berkeley a Newton en 1734, con motivo de la publicación del nuevo cálculo infinitesimal (Principia, apéndice de su Opticks), que atacó en los siguientes términos (traducción libre):
Aunque soy ajeno a su persona, sin embargo no soy, Señor, un extraño a la reputación que Ud. ha adquirido en la rama del conocimiento que ha constituído su estudio principal; ni a la autoridad que Ud. por tanto asume en cosas extrañas a su profesión; ni al abuso por el cual Ud., y demasiados otros del mismo carácter, son conocidos por hacer de tal indebida autoridad, una confusión a las personas desprevenidas en materias de la mayor importancia, por lo que su conocimiento matemático de ninguna manera lo califica a Ud. para ser un juez con competencia...
Y sigue con la siguiente perla:
“Como quiera que entonces se supone que Ud. aprecia mas distintamente, considera mas estrechamente, infiere mas justamente, y concluye mas exactamente que los demás, y que Ud. es por tanto menos religioso en cuanto mas juicioso, yo reclamaré el privilegio de un Librepensador; y tomo la libertad de inquirir en el tema, principios, y método de demostración admitidos por los matemáticos de los tiempos presentes, con la misma libertad que Ud. presume para tratar los principios y misterios de la Religión; con el fin que todos los hombres puedan ver qué derecho tiene Ud. para conducir, o qué incentivo tienen otros para seguirlo... “

[Fuente: tomado de Newman, J.R. (ed). The world of mathematics, 4 vols. New York University Press 1954. Notas de Costa Andrade y Lord Keynes. Citado en nuestro libro “Grandes pleitos matemáticos”; comala.com, 2004, pp. 91-92).

sábado, 13 de noviembre de 2010

LA MISIÓN DE LOS CONSTRUCTORES

Unos obreros estaban picando piedras al pie de un enorme edificio en construcción. De pronto, un visitante se acercó a uno de ellos y le preguntó:
—¿Qué están haciendo ustedes aquí?
Uno de los obreros le miró con rudeza y le respondió:
—¿Acaso no ve usted lo que hacemos? Estoy aquí picando piedras como esclavo por un sueldo miserable y sin el mínimo reconocimiento. Mire usted ese cartel, tiene los nombres de los ingenieros y los arquitectos, pero nos nuestros, ni sombra… Nosotros estamos aquí de sol a sol dejando el pellejo en las piedras.
El visitante se acercó entonces a otro de los obreros y le hizo la misma pregunta. Este obrero, menos gruñón contestó:
—Pues aquí, como bien ve usted, picando piedras para levantar este enorme edificio. El trabajo es duro y mal pagado, pero qué le hacemos, no hay de otra y hay que llevar el pan a los hijos.

El visitante se acercó a un tercer obrero. Hizo la misma pregunta, ¿qué está usted haciendo? El hombre, con más entusiasmo y alegría respondió:

—Estamos levantando un gran hospital, el mejor del mundo. Las generaciones futuras lo admirarán y podrá salvar la vida a cientos, miles de personas. Quizá jamás lo pueda yo usar, pero quiero ser parte de esta extraordinaria aventura.