sábado, 5 de diciembre de 2009

SOBRE PAUL DAVIES Y LA MENTE DE DIOS

Por Mariano Artigas; Profesor Ordinario de Filosofía de la Naturaleza y de las Ciencias en la Universidad de Navarra.

Paul Davies nació en Inglaterra en 1946. A los 24 años se doctoró en física en Londres. Trabajó en el Instituto de Astronomía de Cambridge y enseñó matemáticas aplicadas en Londres hasta 1980. Luego fue profesor de física teórica en la Universidad de Newcastle upon Tyne, y en 1990 marchó a Australia como profesor de física matemática en la Universidad de Adelaida. En el ámbito de la física, sus intereses se dirigen especialmente hacia la gravedad cuántica, agujeros negros y física de la complejidad.
La capacidad de organización y comunicación que posee Davies queda reflejada en sus numerosos trabajos como jefe de departamento en la Universidad, supervisor de escuelas y comisiones universitarias, redactor y asesor de diarios y revistas de diferentes países, director de programas de radio y televisión, y autor de numerosos libros, tanto especializados como divulgativos. Es uno de los principales autores de la divulgación científica actual.Davies posee un indudable talento como escritor, y una competencia científica que está fuera de duda. Pero lo más notable es que, escribiendo de modo asequible para el gran público, se adentra en los problemas más difíciles que relacionan la ciencia, la filosofía y la religión.
Paul Davies ha sido premiado por la Royal Society. ¿Nos dice algo este reconocimiento?
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La mente de Dios
Este libro no es un modelo de ortodoxia religiosa. Puede pensarse incluso que, en las manos de alguien que no tenga buenos conocimientos científicos y religiosos, puede ser más bien desorientador. Pero eso mismo lo hace especialmente significativo. En efecto, muestra cómo un científico actual, que no pertenece a ninguna religión y que hasta hace pocos años encontraba muchas dificultades en la idea de un Dios personal, va avanzando hacia Dios gracias a sus reflexiones sobre la ciencia.

Davies afirma que no pertenece a ninguna religión institucional y que nunca ha tenido una experiencia mística. Pero también afirma que la ciencia no puede responder a los interrogantes últimos. Y añade que ese tipo de respuestas sólo pueden provenir de experiencias místicas que trascienden el ámbito de la especulación científica. Además, defiende la existencia de algún plan superior capaz de explicar la vida humana: según Davies, nuestra existencia no puede ser casual ni el simple resultado de fuerzas ciegas.

Todo esto quizá pueda parecer trivial, sobre todo a un creyente. Pero no lo es cuando se presenta como el resultado de un extenso análisis llevado a cabo por una persona que, como Davies, no encuentra fácil afirmar la existencia de un Dios personal creador. Davies es un científico que intenta llevar la ciencia hasta sus límites, analizando en concreto las variadísimas respuestas que se proponen en la actualidad acerca de las cuestiones últimas.

Al igual que en otros libros anteriores, los razonamientos de Davies incluyen las interpretaciones más insólitas. Se trata de reflexiones en voz alta en las que Davies manifiesta sus perplejidades, que no son pocas ni pequeñas. Su interés radica precisamente en que muestran que un científico como Davies, nada comprometido con posiciones religiosas convencionales y dispuesto a admitir la parte de verdad que se encuentra en cualquier propuesta por extraña que parezca, afirma ahora con pleno convencimiento que no resulta viable atribuir la existencia humana al simple juego accidental de las fuerzas naturales. Así puede entenderse que se le haya concedido el premio Templeton.Los límites de la ciencia.

Resulta muy significativo que Davies reconozca expresamente que la ciencia no se encuentra en condiciones de proporcionar respuestas a los problemas fundamentales de la existencia humana. Es significativo porque Davies desearía poder solucionar todos los problemas ciencia en mano. Escribe, en efecto: "Siempre he deseado creer que la ciencia puede explicar todo, al menos en principio" (pág. 14).

Sin embargo, a continuación se ve obligado a añadir:
"...pero incluso si se descartan los sucesos sobrenaturales, no está claro, a
pesar de todo, que la ciencia pueda explicar todo en el universo físico.
Permanece el viejo problema acerca del final de la cadena de explicaciones. Por
mucho éxito que puedan tener nuestras explicaciones científicas, siempre
incluyen algunos supuestos en su punto de partida... Por tanto, las cuestiones
'últimas' siempre permanecerán más allá del alcance de la ciencia empírica"
(pág. 15).

En esta línea, Davies llega a señalar que más allá de la ciencia se encuentra la metafísica, y que es en ese ámbito donde se plantean los interrogantes acerca de los fundamentos mismos de las ciencias:
"La tarea del científico es descubrir las pautas en la naturaleza e
intentar ajustarlas a esquemas matemáticos simples. La cuestión de por qué hay
pautas, y por qué esos esquemas matemáticos son posibles, cae fuera del alcance
de la física, y pertenece al ámbito denominado metafísica" (pág. 3l).
La racionalidad de la naturaleza.

Uno de los aspectos que Davies subraya con mayor acierto es la racionalidad de la naturaleza, indispensable para que la ciencia sea posible y progrese.

De acuerdo con una posición genuinamente filosófica, Davies se asombra ante el éxito de la ciencia, al que podemos estar acostumbrados:
"El éxito del método científico para descubrir los secretos de la
naturaleza es tan sorprendente que puede impedirnos advertir el milagro mayor de
todos: que la ciencia funciona. Incluso los científicos normalmente dan por
supuesto que vivimos en un cosmos racional y ordenado, sujeto a leyes precisas
que pueden ser descubiertas por el razonamiento humano. Sin embargo, por qué
esto es así continúa siendo un asombroso misterio" (pág. 20).

En efecto, el hecho de que la ciencia funcione, y funcione tan bien, apunta a algo profundamente significativo acerca de la organización del cosmos:
"Lo sorprendente es que el razonamiento humano tenga tanto éxito en
alcanzar explicaciones acerca de las partes del universo que no pueden ser
alcanzadas directamente por nuestras percepciones" (pág. 24).

La filosofía comienza con el asombro. Cuando nos acostumbramos a algo y nos llega a parecer lo más natural del mundo, difícilmente nos plantearemos problemas filosóficos. En este caso, Davies tiene razón: cuando se interpreta el éxito de la ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas como un progreso a costa de las explicaciones metafísicas y religiosas, se comete una equivocación. Porque el progreso científico invita a plantear las cuestiones más profundas acerca de sus condiciones de posibilidad, y esas condiciones se encuentran más allá del dominio de la ciencia.

Por eso, Davies escribe que la ciencia se apoya en "un supuesto crucial: que el mundo es a la vez racional e inteligible... Toda la empresa científica está construida sobre la suposición de la racionalidad de la naturaleza" (pág. 162). Y añade:
"Concedo que no se puede probar que el mundo es racional. Ciertamente es
posible que, en su nivel más profundo, sea absurdo... Sin embargo, el éxito de
la ciencia es al menos una fuerte evidencia circunstancial en favor de la
racionalidad de la naturaleza" (pág. 191).
El plan divino.

Se ha repetido una vez y otra que hoy día ya no se puede probar la existencia de Dios basándose en el orden de la naturaleza, porque ese orden puede explicarse mediante las leyes naturales. Incluso en el mundo de los vivientes, donde existe una aparente finalidad innegable, todo podría explicarse mediante las teorías de la evolución, sin apelar a un plan divino.

Davies subraya que, en este ambiente, resulta significativo que un buen número de científicos estén resucitando ahora la prueba de la existencia de Dios basada en el orden:
"Los teólogos abandonaron más o menos completamente el argumento del
diseño, debido a las severas críticas de Hume, Darwin y otros. Es muy curioso,
por tanto, que haya sido resucitado recientemente por un buen número de
científicos. En su nueva formulación el argumento no se dirige hacia los objetos
materiales del universo como tal, sino a las leyes subyacentes, donde es inmune
frente a los ataques darwinistas" (pág. 203).

Precisamente, Davies concluye su discusión al respecto con estas palabras: "Espero haber convencido al lector en la anterior discusión de que el mundo natural no es precisamente una simple mezcla de entidades y fuerzas, sino un esquema matemático maravillosamente ingenioso y unificado" (pág. 213).

A continuación, Davies se adentra en una de sus típicas disquisiciones. Según el cristianismo, la racionalidad de la naturaleza se debe al plan de Dios; pero, añade Davies, "si esto se acepta, la pregunta siguiente es: ¿con qué fin ha producido Dios este plan?... Esto significaría que nuestra propia existencia en el universo formaba una parte central del plan de Dios". Y sigue:
"En The Cosmic Blueprint, escribí que el universo aparece como si se
desarrollara de acuerdo con algún plan o bosquejo... Esas reglas parecen como si
fuesen el producto de un plan inteligente. No veo cómo puede negarse esto. Que
prefiramos creer que han sido planeadas realmente así, y en ese caso por qué
tipo de ser, debe permanecer una materia de gusto personal... se podría concebir
a Dios meramente como una personificación mítica de esas cualidades creativas,
más que como un agente independiente. Por supuesto, esto difícilmente satisfaría
a cualquiera que siente que tiene una relación personal con Dios" (págs.
123-125).

Es evidente que Paul Davies no está defendiendo la existencia de un plan divino tal como lo afirma la religión cristiana. En este caso, como en tantos otros, su pensamiento llega incluso a chocar con la ortodoxia cristiana. Pero, por eso mismo, resulta significativa la evolución de su pensamiento hacia posiciones cada vez más próximas al teísmo. El hombre no es un mero accidente.

¿ Puede afirmarse todavía en la actualidad que el hombre ocupa un lugar privilegiado en el plan divino? Davies, con todas las limitaciones ya señaladas, se inclina por la respuesta afirmativa y, lo que es más, presenta sus ideas como el resultado de su reflexión sobre la ciencia.
Éstas son las palabras finales de La mente de Dios:
"No puedo creer que nuestra existencia en este universo es un mero episodio
del destino, un accidente de la historia, algo incidental en el gran drama
cósmico... A través de los seres conscientes, en el universo ha aparecido la
auto-conciencia. Esto no puede ser un detalle trivial, un subproducto menor de
fuerzas sin mente ni propósito. Realmente está previsto que estemos aquí" (pág.
232).

Al comienzo del libro, Davies había escrito:
"La revolución comenzada con Copérnico y terminada con Darwin tuvo el
efecto de marginar e incluso trivializar a los seres humanos... En los capítulos
que siguen presentaré una visión de la ciencia completamente diferente. Lejos de
considerar a los seres humanos como productos incidentales de fuerzas físicas
ciegas, la ciencia sugiere que la existencia de organismos conscientes es un
rasgo fundamental del universo. Estamos inscritos en las leyes de la naturaleza
en un sentido profundo y, según me parece, lleno de significado" (págs. 20-21).

En definitiva, las reflexiones de Davies le han llevado a una perspectiva que reconoce un nivel de explicación más profundo que la ciencia: "Pertenezco al grupo de científicos que no suscriben ninguna religión convencional y, sin embargo, niegan que el universo sea un accidente sin significado. Por medio de mi trabajo científico he llegado a creer cada vez con más fuerza que el universo físico está coordinado con una sencillez tan asombrosa que no puedo aceptarla meramente como un simple hecho. Me parece que debe existir una explicación de nivel más profundo" (pág. 16).

1 comentario:

Anónimo dijo...

"La mente de Dios" es el mejor libro de teología que existe porque incorpora los últimos descubrimientos en física.Paul Davies es, en realidad, un físico-teólogo.