Paradójicamente, algo tan extraordinario y valioso como es la vida interior, pierde importancia día a día. Nos alejamos, dentro de esta sociedad cargada de estímulos, de actividades y de bienes, de nosotros mismos al olvidar o evitar buscar en nuestro interior aquello que trasciende lo material, lo superficial y rutinario. Vivimos luchando constantemente por objetivos externos, no obstante, algo más difícil y más valioso se nos pasa por alto, conquistar la paz interior, la serenidad, en último término, la sabiduría.
En occidente prima el desarrollo de la inteligencia y de la adquisición de conocimientos, del prestigio, de la fama y del poder, sin embargo, el valor que se le otorga al desarrollo espiritual es prácticamente nulo, siendo éste un pilar básico dentro de la formación personal. En palabras de Raimon Panikkar, “no podemos negar que precisamente aquellos pueblos que se autodenominan “desarrollados” son, en su mayoría, espiritualmente subdesarrollados y sufren una atrofia cultural de este tercer órgano (la parte mística del ser humano)”.
Esta parte mística de ser humano es hoy objeto de la ciencia cuántica; hoy los nuevos científicos reconocen que el pensamiento humano debidamente canalizado, tiene la capacidad de modificar la masa física. Hoy se reconoce -solo se "reconoce"- lo que los sabios de la antiguedad, los Grandes Iniciados, ya sabían: "La mente está y actúa sobre la materia". La escritora noética Lynne McTaggart, una de las más avezadas investigadoras en el campo, dice:
"La conciencia humana es una sustancia exterior al cuerpo físico; es unaSin embargo, esta sociedad tecnócrata, científica y materialmente desarrollada, en donde la calidad de vida física se ha incrementado más que sensiblemente, olvida que todo este bienestar sirve de poco cuando no va acompañado de una transformación personal, un desarrollo espiritual. Y este desarrollo no es necesariamente asunto de religiones, aunque si supone -como en el caso de la Masonería- el reconocimiento de la existencia de un Ser Supremo, Creador y Generador de todo cuando existe.
energía altamente organizada y capaz de modificar el mundo físico".
Egoísmo e individualismo, dos valores que forman parte de la idiosincrasia social del hombre occidental -no obstante los momentos de mayor infelicidad- suelen ser los "valores" más cultivados.
Los hombres profanos buscan la felicidad en el exterior, en el consumo, en el ocio y no se percata de que la verdadera felicidad se encuentra en nosotros. La felicidad es consecuencia, entre otras cosas, del esfuerzo y de la satisfacción personal resultante de nuestros logros y progresos. La felicidad no se compra, no se presta, no se regala, sólo se crea. Unos minutos de silencio, de sosiego, de diálogo interior son necesarios cada día para no alejarnos de nosotros mismos; para no temer a la soledad, al vacío que genera interiormente esta sociedad materialista, superficial y de consumo.
Reflexionar sobre la impermanencia de lo que nos rodea, sobre nuestra propia finitud, sobre la muerte. El miedo a ella no nos aleja de la muerte, nos aleja, en cambio, de la propia vida. El desarrollo de una cosmovisión (nuestra relación con el Universo), puede ayudarnos a relativizar preocupaciones y ansiedades innecesarias. Tomar conciencia de nuestras propias limitaciones (y aceptarlas), así como de las similitudes y diferencias que nos unen y separan de nuestros semejantes (los humanos), nos lleva a una mayor comprensión y tolerancia por nuestra parte.
Tomar conciencia de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que podemos llegar a realizar, constituye un paso básico en la vida interior de cada uno de nosotros. No pocas veces pretendemos dar sentido a lo vivido, en vez de a lo que queremos vivir. En otras palabras, no se orienta la vida hacia donde se desea, sino que se intenta encontrarle sentido una vez transcurrida. Buda dijo en una ocasión: “los carpinteros dan forma a la madera; los flecheros dan forma a las flechas; los sabios se dan forma a sí mismos”.
La vida interior nos permite, al igual que un bastón cuando cojeamos, mantenernos en pie en nuestro camino ante las dificultades, los obstáculos y adversidades que todos, sin excepción, vivimos y sufrimos. La vida interior no se nutre exclusivamente de lo intelectual y sensorial, según Panikkar, un tercer órgano, complementario y dependiente de los dos anteriores, nos abre las puertas a una tercera dimensión de la realidad, la mística, la espiritualidad. Como neófito en estos temas, creo que sería bueno estimular, sobretodo a la juventud, el debate y la reflexión para combatir la pereza y el acomodamiento intelectual de nuestros días. Estas realidades forman parte de nuestra existencia, de nuestra vida, y obviarlas, es alejarnos de ella.
La Masonería del Antiguo Gremio nos coloca en la perspectiva de la espiritualidad; en general, la Masonería York está en esa línea: el reconocimiento de las potencialidades internas del hombre para que éste las conozca y desarrolle y pueda así acercarse más y mejor al Trono de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario